miércoles, 5 de agosto de 2009

Buscando una respuesta

Este es un momento tan malo como cualquier otro para enfrentarme a la pregunta que me ha traído hasta aquí. ¿Por qué le da el ataque al Señor R?

Para responder a esta pregunta, primero habrá que acercarse un poco al personaje que nos ocupa; el gris y anodino Señor R.
El Señor R vivía en una ciudad que no era ni muy grande ni muy pequeña y aunque no era un hombre guapo nadie podría tacharle de feo. No había en su anatomía un rasgo que pudiera ser catalogado de defectuoso. Veamos; ni orejas de soplillo, ni enorme nariz, ni demasiado pelo, ni horrible dentadura, digamos que por separado no veías nada malo pero en conjunto tampoco era para tirar cohetes. En resumen, físicamente hablando, el Señor R era del montón.
Saliendo de lo físico tampoco había mucho más. No sé exactamente como se ganaba la vida antes del ataque pero lo que es seguro es que pasaba 8 horas diarias de lunes a viernes en una oficina. Su cargo no era de gran importancia pero tampoco sería justo decir que era un don nadie. Estuvo 17 años cumpliendo religiosamente con su horario y obligaciones y no faltó ni cuando tuvo anginas, ni cuando tuvo gripe,ni siquiera el día en que nació su hijo. Siempre puntual como un reloj suizo.
El Señor R se casó con la que había sido su vecina durante la niñez. De ella se decía que tenía buen gusto para elegir corbatas. No tengo mucha más información sobre ella. Solo sé que un buen día el Señor R se casó, se compró un piso y para completar la operación tuvo un hijo.
Al parecer todos se llevaban bien y los domingos iban al cine y compraban palomitas. Una vez a la semana, más o menos, iban a casa de los padres de ella y comían y charlaban en largas sobremesas. Cada cierto tiempo, el Señor R iba de caza con dos viejos compañeros de la escuela y luego cenaban juntos y recordaban tiempos pasados. Muy de vez en cuando acompañaba a su mujer al centro y se compraba algo de ropa. Ella elegía las corbatas, pero me parece que eso ya lo he comentado antes. El Señor R siempre estaba dispuesto a ayudar a su hijo con algún problema de matemáticas o ciencias y era paciente con el chiquillo que, por lo visto, no era el más espabilado de su clase.
Otro detalle que conviene conocer es que en su casa, tenía una pequeña habitación que le servía de despacho y en ella había colocado un escritorio diminuto sobre el que descansaba una de esas lámparas tan chulas que están hechas como de vidrieras con colores muy vivos. Esa lámpara era un regalo de un matrimonio que vivía puerta con puerta con la familia del Señor R. Esto parece un detalle sin importancia pero luego resulta que tiene su aquel.
Y así pasaba la vida del Señor R. Madrugaba, se aseaba, desayunaba, trabajaba, charlaba tranquilamente con sus compañeros, hacía llamadas telefónicas, comía, visitaba a sus suegros, pasaba el rato en su despacho, corregía las multiplicaciones de su chaval, veía televisión, no me cabe la menor duda que se masturbaba, saludaba a sus vecinos, acompañaba a su mujer al centro, salía a cazar. Y vuelta a empezar.
El día del ataque comenzó de lo más normal. Fue a trabajar y saludó a sus compañeros. Se fue de la oficina y se despidió de ellos. Comió con sus suegros y miraron la televisión. Habló con sus vecinos, sacó la basura y acostó a su hijo. Entró en su diminuto despacho y miró la lámpara de las vidrieras. Cogió la escopeta de caza y la disparó. Las vidrieras se rompieron en pedazos muy pequeños. Hasta aquí todavía se puede catalogar de día normal. Pero entonces el Señor R entró en la habitación de su hijo y le disparó. Y lo mismo hizo con su mujer. El matrimonio amigo, ese que vivía puerta con puerta, llamó al timbre. Se conoce que oyeron los disparos y fueron con toda su educación a meter las narices. El Señor R no tuvo mucho que explicar, un par de tiros o tres y punto en boca. No me atrevo a decir si fue aquí cuando el día dejó de ser normal pero resulta que con esto no termina la cosa. Porque el Señor R cogió el coche y condujo hasta casa de sus suegros. Por supuesto los mató. Y luego continuó conduciendo hasta la oficina. A esa hora no suele haber nadie allí pero ese día había un hombre al teléfono, rodeado de un montón de papeles. Exactamente. También murió esa noche.
Había un tipo, cuyo nombre no recuerdo, al que avisaron de lo sucedido y tuvo que desplazarse a las dos de la madrugada hasta las oficinas donde trabajaba el Señor R. Y allí se lo encontró. Sentado en un escalón con la escopeta a sus pies.
Seguramente, este tipo se preguntaría por qué razón le daría semejante ataque al Señor R. Yo también me lo pregunto. Después de darle muchas vueltas me parece que la idea del Señor R era cargarse esa lámpara para ganar espacio en su escritorio y que ya que estaba... bueno, se le fue la mano. Es como el rascarse, te rascas con ganas y enseguida te pica otra cosa y luego otra y otra y no puedes parar. Te conviertes en un perro sarnoso. Eso le debió pasar al Señor R, que se convirtió en un perro sarnoso.
Pero no lo tengo claro. A saber. Seguramente todavía siga desvelándome y repitiéndome la misma pregunta: "¿Por qué le da el ataque al Señor R?"

Viaje en tren

El tren y todo lo que rodea a este medio de transporte siempre me ha parecido muy cinematográfico. No en vano son numerosas las películas que han sabido sacar partido a tan romántico decorado. Desde las persecuciones más accidentadas en la misma estación del tren hasta esas lacrimógenas despedidas en los andenes. Son lugares de encuentro de los más variopintos personajes que, obligados a pasar largas horas en un mismo compartimento (ah, los compartimentos) acaban por hacerse grandes amigos, enamorarse, hacer extrañas proposiciones, confesar asesinatos o incluso cometerlos. Se me ocurren unos cuantos títulos en este momento:

Breve encuentro, Alarma en el expreso, Carta a una desconocida, Con la muerte en los talones, Antes del amanecer, El tren, Extraños en un tren, Te volveré a ver, El tren del infierno, El mayor y la menor...

Y esas otras en las que el tren representa el peligro o la salvación para los protagonistas, como en El último tren de Gun Hill o la inolvidable Solo ante el peligro

Si tuviera que elegir una secuencia con tren de por medio...supongo que no podría y cambiaría de elección a cada momento. En este, por ejemplo, la que golpea mi mente con mayor insistencia es esa de Rojos en la que Diane Keaton espera a que su amado baje del tren entre los supervivientes. Que tensión. Y que bonito.



Ahora bien, después de un viaje de varias horas con cuatro hijos del demonio corriendo por los pasillos mientras los padres y abuelos de las criaturas comentaban a voz en grito lo que habían comido el día anterior, y de que un orondo hijo de su madre se pasara todo el viaje a mi lado hablando por el móvil como si a mi me importara algún detalle de su mierda de vida y que, como única distracción me pusieran OTRA VEZ esa obra que responde al nombre de "Asterix en los juegos olímpicos" es comprensible que la percepción que tenía del tren y su romanticismo ha cambiado. Casi prefiero un autobús ALSA con sus dársenas y sus toca pelotas asientos reclinables.